Es curioso como uno fija recuerdos y cómo se dispara la evocación según sea por asociación o continuidad, pero en estos días de calor, se me viene la imagen mental perfecta del frescor necesario: Un licuado de banana en la pelopincho de mi casa anterior, mientras suena de fondo un poco de Marley.
Más curioso todavía es cómo la imagen no viene sola, sino que también se evocan los olores, sabores y demás sensaciones que se grabaron, subjetivadas claro, en alguna parte de nuestro inconsciente.
Lo último y no se si decirle curiosísimo, es que si bien uno puede recordar por una imagen, el contacto o el sabor de algo, me suele impactar más cuando se trata de un olor el que transporta al pasado. Hay un olor, probablemente de algún desodorante de pisos, que me lleva inmediatamente al jardín de infantes y desencadena fácil e inevitablemente unos diez minutos de juegos, compañeros y situaciones de esa época. Hay perfumes que me recuerdan ex novias, maestras o personajes varios de los que tengo recuerdo. Y claro, es inevitable que el olor a tierra mojada me lleve a tardes lluviosas de verano y una en particular, en la que nos fuimos con mi hermano a andar en bicicleta por unas calles inundadas, por las que el agua nos llegaba a las rodillas; tendríamos unos 8 o 9 años.
Definitivamente el sentido más desarrollado es el del olfato; pero como el poder de un superhéroe, también se transforma en una maldición, cuando en el subte te cruzas con algún apestoso que no se bañó o un trapo de piso que quedó en el balde más de un día…